miércoles, 18 de marzo de 2015

Sobre el proceso de paz en Colombia y la Ley de Amnistía de 1977 en España

Algunos bien sabrán que Fraga ocupó cartera de Ministro de Información y Turismo o la Consejería de Educación durante la dictadura franquista. Que estuvo involucrado en los sucesos de Vitoria, que se saldó con la muerte de 5 personas y 150 heridos. A pesar de todo, fue unos de los fundadores de Alianza Popular (hoy Partido Popular), y participó en la construcción del actual modelo democrático.

Su caso no es aislado. El propio Adolfo Suárez, Jefe del Movimiento, fue el principal artífice de la España que conocemos hoy. Parte de la historia y de la ciudadanía le ha reconocido su papel. No hay más que recordar las colas kilométricas que se formaron en su funeral en marzo del año pasado. Con sus similitudes y diferencias, aquel proceso, que para algunos fue una traición y que se saldó con la impunidad de asesinos, está a punto de repetirse 37 años después. Esta vez en Colombia.

Después de más de medio siglo de violencia, que se ha llevado por delante entre un 0.5 % y un 2 % del PIB según diversos estudios, la paz en Colombia está cada vez más cerca de sellarse desde que en septiembre de 2012 se iniciaran las negociaciones entre el Gobierno y las FARC. Todos los presidentes lo habían intentado, pero ninguno había llegado tan lejos como Juan Manuel Santos.

Una de las máximas repetidas por el líder del Partido de la U es el concepto de la justicia transicional: alcanzar el máximo de justicia que nos permita la paz. Hablando en plata, esto es que buena parte de los 200.000 asesinatos cometidos y de los 6 millones de desplazados por la guerra entre el estado y las guerrillas van a quedar impunes. Que los cabecillas de FARC no van a ser procesados por sus crímenes. ¿Qué guerrillero firmaría su propia condena, sea en una cárcel en Colombia o peor, en una de Estados Unidos?

Los principales culpables de más de 50 años de violencia, las cabecillas de las FARC, ya han dicho que no pasarán ni un día en la cárcel por sus delitos. Y que quieren participar en la política. El presidente Juan Manuel Santos, en una entrevista a El País hace un año, no les cerraba la puerta. Decía que veía a las FARC sentadas en el Congreso.

Aunque no he nacido en España, he estudiado y leído sobre la Transición. He criticado duramente la Ley de Amnistía del 1977, proceso que por el cual crímenes de lesa humanidad, torturas, desapariciones durante la Guerra Civil y la dictadura quedaron sin resolver y que hoy la justicia argentina quiere saldar. A día de hoy comprendo en parte el proceso por el cual franquistas hicieron vida en la instituciones recién nacidas.

Con las negociaciones de paz tan avanzadas, ante esta oportunidad histórica de la paz que tres generaciones (mis abuelos, mis padres y yo) no hemos conocido, ¿cómo decir que no? ¿Cómo explicarles a las siguientes generaciones que la actual tuvo una oportunidad de lograrla pero que no la aceptó porque no quiso agachar la cabeza? ¿Tanto es el amor propio para anteponerlo al bien común de la paz? Personalmente, albergo la esperanza de que el nuevo el nuevo orden social postconflicto no se construya sobre las más de 114.000 personas que murieron durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco, cuyos restos no han sido recuperados ni identificados. Algo se está evitando, ya que las FARC han pedido perdón a las víctimas y el Gobierno las ha reconocido.

Y para acabar. A los demócratas nos quedará saber que respetamos y aceptamos las reglas de la democracia y de que si intentamos lograr nuestros objetivos políticos, lo hicimos mediante las papeletas, y no mediante las bombas, el derramamiento de sangre y el terror.
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