viernes, 7 de febrero de 2014

El precio de la tierra prometida

De cuando en cuando los medios informan de los saltos de la valla de inmigrantes para entrar a España. Cayucos repletos de hombres y mujeres con bebés e incluso embarazadas en busca de oportunidades. Pero la situación es mucho más grave de que verdaderamente se publica en los grandes medios. España fue condenada en febrero del pasado año por el Comité contra la Tortura de Naciones Unidas. Según explicaron los activistas en la zona, la Guardia Civil, después de interceptar y requisar en 2007 una pequeña balsa con dos personas que viajaban en ella, lanzó al agua a una de ellas, Sonko, sin el chaleco salvavidas que tenía puesto. Murió ahogado.

El Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, que ha continuado con las relaciones bilaterales que mantuvo José Luis Rodríguez Zapatero con Marruecos, elogiaba en marzo la colaboración entre la policía marroquí y la española, que trabajan para frenar la amenaza del terrorismo yihadista y las mafias que se aprovechan del tráfico de seres humanos. Si bien es cierto que el terrorismo y las mafias –entre 2.000 y 4.000 euros es lo que cobran por introducir a cada inmigrante que decide arriesgar su vida- son gran problema, no es lo es menos la problemática actual: la limpieza de africanos en Marruecos mediante redadas y deportaciones masivas de africanos para evitar el salto masivo de las vallas situadas en la frontera española-marroquí.

La policía marroquí juega un papel clave en este engranaje. Ejecuta las órdenes del gobierno español. Es, según Helena Maleno, periodista y activista de Caminando Fronteras, quien hace el trabajo sucio. Sobre las autoridades marroquíes pesan diversos escándalos. El día 21 de octubre, se celebró un juicio contra ocho policías, cinco oficiales y tres inspectores por estar implicados en una red de tráfico ilegal de inmigrantes. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) y el colectivo Caminando Fronteras recogían las agresiones a los inmigrantes subsaharianos que viven en Tánger, entre las que se cuentan ataques a refugiados o a mujeres embarazadas. También aparece documentada una supuesta violación a una joven de 16 años. Tal y como explica la periodista y activista sobre la zona no hay una garantía efectiva de los derechos fundamentales de las personas, ni de los derechos humanos ni de los derechos de los refugiados.

A pesar de todo, los inmigrantes se juegan la vida para llegar a España. Una vía de acceso consiste en saltar la triple valla de 6 metros, que no son obstáculos para los cientos de inmigrantes que la intenta saltar, como los 200 inmigrantes que no lo consiguieron el 19 de octubre. Otra vía de acceso es cruzar a nado. A mediados de octubre un grupo de 100 inmigrantes fracasaron en su intento de llegar a Ceuta. El Diario recogía que la represión había dejado 22 heridos. Uno de ellos presentaba fractura en un brazo y tendones rotos. Tuvo que ser intervenido quirúrgicamente en un hospital público marroquí. Este inmigrante corrió con más suerte que Sonko.

Son muchas las vidas las que se han ido quedando por el camino. Los inmigrantes que cruzan a nado llegan en condiciones pésimas: deshidratados, con síntomas de hipotermia. Muchos son interceptados y detenidos por la policía. Después pasan como máximo 72 horas en las dependencias policiales. Los que tienen un poco de suerte son puestos en libertad. Otros tantos, son enviados al Centro de Internamiento de Extranjería de Madrid o Murcia. El de Algeciras cerró después de una gran lucha de los activistas por las deficiencias en las instalaciones. El de Tarifa está saturado. Esto evidencia el flujo de personas que llegan a las costas españolas. Muchos de ellos salen de sus países huyendo de conflictos armados, las hambrunas en el Sahel, o las persecuciones policiales.

A pesar de todos los impedimentos, maltratos y violaciones de los derechos humanos para llegar hasta España, muchos continúan jugándose la vida. Si dan la vuelta, confiesan, están muertos, pero si siguen adelante, tienen un 50% de probabilidades de completar la aventura. Y otro 50% de morir.
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