Recortes en el gasto público,
mentiras, corrupción… Con una larga lista que nada tiene que ver con la carta
de los deseos que nunca escribí a los Reyes Magos decidí que donde debía estar era en
la calle. Haciendo ruido. Señalando a los culpables de la ruinosa situación. Y no
solo a los culpables, sino a los cómplices: medios de comunicación, policía…
Porque estaba harto y todavía lo estoy de un sistema político/económico/social que
es una ruina a pesar de un conglomerado intelectual que lo disfraza para que
parezca lo que no es.
A sabiendas de que no estaba yendo
a clase, y máxime ahora cuando he pasado de pagar 14 euros el crédito a 22,
tenía que estar allá. Definitivamente. Porque ya lo dice mi profesor Sampedro,
si no hablas si no actúas, ellos lo harán por ti.
Sabía que en las inmediaciones
del Congreso la Delegación del Gobierno instalaría varios anillos policiales y
en cada calle acceso al Congreso unidades para frenar a los ¨golpistas¨ - la
señora De Cospedal nos puso a la altura de Tejero, que irrumpió en la cámara
baja a punta de pistola- y no tuvieran oportunidad de llevar a cabo sus
objetivos: llenar la casa de la soberanía nacional. Sí, la misma que ella y su
partido junto con el PSOE vendieron y que no tienen en cuenta.
Cuando comprobé las medidas de
seguridad, no me sorprendí. Aunque mi compañera de viaje, Pilar, no creía lo
que veía y me insistió, mejor dicho, me porfió, para que siguiéramos buscando
la forma de llegar a las Cortes. Vale, vamos a ver si es posible encontrar un
resquicio, le dije. En el segundo, tercer acceso... más de lo mismo: vayas de
dos metros, policías como armarios, y las lecheras. Cerrado a cal y canto.
Manifestantes que no daban crédito al dispositivo policial armado del que luego
se supo costó 200.000 €.
Mientras buscábamos la manera de
acceder, nos topamos con un grupo que quería entregar en el Congreso una
petición firmada para que se reformara la Constitución y abrir así un proceso
constituyente. Al parecer venían de
Almería. Los policías, sorprendentemente respetuosos, alegaban que tenían
órdenes de no dejar pasar a nadie. Le invitó a poner una denuncia contra ellos
en la comisaría más cercana. Y para que constara, los agentes le proporcionaron
su número de placa, visible en todo momento. Aunque los verdaderos instigadores
ocultarían su número más adelante.
Con el descontento de no poder ya
no de entrar sino de pasar, nos unimos a la gran concentración indignada que
estaba en la plaza de Neptuno. Que no podía avanzar hacia el Congreso porque de
nuevo la calle estaba cortada al público. Optimismo por no pronunciar aquella
palabra, es lo que se siente al ver aquella marea de gente, que dejando
ideologías a un lado, se echa a la calle ante la barbarie que el gobierno
pretende convertir en norma. A toda esa gente que sin conocer, sientes como si
la conocieras: porque todos luchamos por una misma causa, posiblemente algo
rudimentaria en los medios, pero bonita y loable al fin de cuentas: una
sociedad más justa y equitativa. Que, como decía Salvador Allende, llegará.
Queríamos seguir avanzando, pero
ya no se podía. Durante un rato a nuestro alrededor, muy cerca de las vallas de
contención, estuvo todo tranquilo. Sabíamos que se rompería, pero no cuándo. Al
rato carreras, empujones y nervios entre los manifestantes. Las porras
encontraron a sus primeras víctimas. Para protegernos nos escondimos debajo de
un andamio en donde estaban las televisiones. Los antidisturbios ya estaban en
posición. Ya habían cargado y lo volverían a hacer. Lo que sorprendió fue que
aun siendo de día y por lo tanto la manifestación legal a esas horas, la
policía cargó indiscriminadamente, inclusive a la prensa, por lo que se puede
apreciar en algún video. Pero lo más despreciable era su prepotencia:
masticando chicle, sonriendo, con las porras en la mano e incluso
antidisturbios con la mano sobre la pistola. Como Clint Eastwood en un fatídico
duelo en las pelis del oeste: a punto de desenfundar para matar a su rival.
Al verlos piensas que con ellos
no va la cosa. Que viven en otra realidad, en donde sus hijos no estudian, no
van al médico… Es el síndrome de Estocolmo: defienden a unos amos que los
secuestran al mismo tiempo.
La noche iba cayendo y tras
alguna carga que otra, podía decirse que había una calma tensa. Cansados,
abandonamos mientras otros muchos continuaron al pie del cañón.
Ya para acabar, no quisiera dejar
hablar de la Policía, en portada de los grandes medios extranjeros, y hacer una
reflexión inspirada en Pablo Iglesias. Hablo concretamente del antidisturbio
que fue agredido por varios manifestantes. Fuera hipocresías, por favor. Es
imposible sentir algo de empatía por aquél que, escondido tras ese caparazón,
pierde el control de su cuerpo y que por un momento vacila con irse al suelo.
Es imposible no sentir algo de alegría por verlo así. Y es que el que la hace
la paga: la violencia desmesurada. Todos aquellos que han sido agredidos por
¨las fuerzas del orden y seguridad¨ y los que no también, ¿por qué no? nos sube
la adrenalina por ver cómo recibe de los lindo.